Teníamos pasaje nocturno en barco desde
Split a
Rijeka a las 20:00, así que recogimos la tienda de nuestro campo base y marchamos hacia nuestra ciudad de partida a pasar el día
ahí, dos horas de camino y llegamos a la estación de autobuses donde dejamos las mochilas en la consigna por 20
Kunas cada una (2,8 €) sin darnos cuenta que en la estación de tren que está justo al lado hay también taquillas como las de la
Zagreb, donde por 15
Kunas (2€) disponemos de unas taquillas donde caben de sobra dos mochilas grandes.
Tras esto recorremos un poco el Palacio
Diocleciano, lugar que construyó el Emperador
Diocleciano para su retiro, laberinto de calles y casas conservadas desde esa época donde hoy en día la gente habita en las que debieron de
idearse para los aposentos del servicio. Muy bonito todo, pero empezamos a estar un poco cansados de visitar pueblos con la misma arquitectura y encanto.
Para comer decidimos hacer caso a una recomendación que nos hacen e ir al
Buffet Fife, (siguiendo el paseo marítimo desde el puerto y poco después del Palacio lo encontrareis sin problema). Aquí comimos con una relación calidad/precio envidiable,
así que lo recomiendo encarecidamente.

La ciudad y el día no dieron para mucho más, pero por falta de ganas más que de tiempo, el cual gastamos en tirarnos en un
césped a dormir y jugar al ajedrez a esperar la hora de salida de nuestro barco; el Marco Polo, el cual abordamos con una hora de antelación y que tras descubrir el significado del billete de cubierta se nos antojó algo escasa porque muchísima gente ya había tomado posesión de mil rincones a lo largo de salas y cubierta exterior para poner los sacos y pasar la noche.
Al final cogimos un hueco entre dos mesas e hinchamos nuestro colchón para pasar lo más
cómodamente posible las 11 puntuales horas de viaje hasta nuestro destino. Y os aseguro que entre el colchón y el movimiento del barco dormimos como lirones.
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